Tortillas


Mira Lola, cuando te sientes desencantada con el mundo, ¡no hay nada como cocinar una tortilla de patata y reconciliarse con la humanidad!
Me gustaría saber qué hace la gente para animarse, es una curiosa parte de la personalidad...

Yo, cuando no me siento a gusto, cuando no me encuentro, cuando nisiquiera un buen amigo me puede ayudar porque el problema está demasiado profundo, entonces cocino. Me invento recetas maravillosas, indago en el armario y en la nevera en busca de los ingredientes mágicos, me pongo un vestido de verano y comienzo mi aventura culinaria.

No es que yo sea una gran cocinera -aunque suelo hacerlo a diario, pero le llamo “hacer la comida”, que no es lo mismo que cocinar-. Cocinar es como preparar una obra de teatro, me entusiasmo planeando el espectáculo, para mí o para quien sea el afortunado que me acompañe (afortunado si mi experimento sale bien). Porque a mi no me gusta seguir las recetas de la abuela, ni las de Simone Ortega; a mí me gusta jugar... Y por eso se me quitan las penas, porque juego, construyo un delicioso plato (o al menos un original plato), de la nada, de lo crudo, de lo soso. Soy la bruja de la taberna, el hada del amor... Hay que enamorarse de la carne cruda, de las hojas de lechuga, de la pimienta, incluso del pescado congelado; nada que cocines saldrá bien si no lo haces con mucho amor. Con tanto amor, tanto olor, tanto juego, con la inevitable compañía del que al final degusta mi plato ¿Quién no se alegra un poco?

Llevo años diciendo que al final, por muchas vueltas que le des a las cosas, toda la vida se resume en una tortilla de patata.

El atlas

... aquella tarde me desperté de golpe, sudando y con un único pensamiento en la cabeza, comprobar si Kingsbridge, la ciudad donde se desarrolla Los pilares de la tierra de Ken Follet, existía. Lo cierto es que es una obsesión que me acompaña desde mis más tierna infancia; no se trata del cariño que le haya cogido al lugar literario, ni a sus personajes (puede incluso que no me guste el libro que escogí), simplemente necesito encontrar en el atlas las ciudades y pueblos de los libros que leo.

Naturalmente casi nunca los hallo; o son demasiado pequeños, como Kingsbridge, y no salen en los mapas; o “desaparecieron” antes de que nadie los incluyera en uno, como Macondo; o, y estos son los peores, nunca existieron, es decir, proceden de la imaginación del escritor.


Hay otros lugares deliciosos: los que disfrutas aún más porque ya conoces, como el Madrid de Dos mujeres en Praga o Londres en Las aventuras de Sherlock Holmes. Me gustaría (aunque dudo que lo consiga) leerme Ulises de J. Joyce sólo por este motivo; porque sé que cuando hable de Grafton Street o Trinity College yo tendré una visión real y casi física del lugar, que quien no conoce Dublín tendrá que imaginar.

Desconozco el motivo de esta obsesión literaria, pero lo cierto es que tengo una clara sensación de alivio cuando el lugar en cuestión aparece en el atlas; qué placer experimenté cuando, a pesar de no hallar Macondo, pude leer claramente “La Ciénaga” en el mapa de Colombia, junto a Riohacha o el río Magdalena de otras novelas de García Márquez; o cuando encontré la extraña ciudad de Christania donde deambulaba el personaje de Hambre.

Me da la sensación de que con una gran lupa podría observarles caminar por las calles, moverse y hablar con los vecinos, incluso ver con un microscopio gigante esas cosas tan interesantes que los escritores no escriben, pero nosotros los lectores sabemos que los personajes hacen... Todavía recuerdo la sensación de ingravidez al descubrir que Lúmbanico, el planeta cúbico, donde vivía aventuras extraordinarias con once años, no era real. La zozobra de la irrealidad me persiguió unos días, hasta que descubrí un truco infalible al que todavía recurro y dibujé un mapa detallado de Lúmbanico.

Creo que es este mismo motivo, el hacer la realidad del libro algo tangible más allá de las palabras, el que impulsa a algunos autores a incluir mapas de sus lugares literarios en la primera o la última página del libro, véase sino la Tierra Media de El Señor de los anillos. Parece que lo físico, casi diría lo científico de un Atlas, aporta cierta seguridad o la certeza de que lo leído va a durar para siempre, que la gente literaria sigue teniendo vida en sus lugares literarios, mejor aún si son lugares reales, más allá de mi lectura, limitada a mi tiempo y a mi espacio.

He de hacer, además una confesión: he hablado con casi todos los personajes de lo libros que he leído; asistí al entierro de Amaranta y, me avergüenzo haber tenido algún sueño erótico con Horacio Oliveira, he compartido consejos con Yerma, y, bueno, ayudé a cometer asesinatos y más de una revolución. Todo esto no lo puedo demostrar, como demuestra el Atlas que existe Paris, Argel, Lima, o Nueva York.

Después de tantos años, ya no sé si mi obsesión es que el lugar literario sea real, o que mi realidad se confunda con la literatura para sentirme siempre viviendo las mil vidas de cada página mecanografiada a doble espacio.
Revindico desde aquí que se incluya Macondo en el mapa de Colombia.

Lola se queda sola


Lola está triste.
Sabe que me voy pronto
y me mira con esa cara suya de lechón
-o cordero degollado, que es más universal-,
sólo las iguanas como ella pueden poner cara de
mamífero.
Sé que va a echar de menos nuestras tardes:
Lola, yo y las historias que grabamos juntas
frente a este micrófono.

A veces lo pienso,
pienso en la persona que
luego escucha estos libros,
los que locuto mientras Lola escucha.
En realidad los leo para Lola, no para él o ella.
En realidad para esta iguana soy alguien,
para los invidentes soy "la voz de alguien".
No es lo mismo.
Es como salir en la tele,
para la gente no eres alguien,

eres "la imagen de alguien".

Y a mí me gusta ser quien soy, me gusta lo que hago, me gusta la gente que me rodea, me gusta esta ciudad, me gusta Octubre.

No quiero ser una voz, no quiero ser una imagen, no quiero ser una talla, no quiero ser una foto, no quiero ser una adjetivo, no quiero ser un número en la cola, no quiero ser una letra en una lista.. nada de sucedáneos, sólo quiero seguir siendo lo que soy.

Por eso, nena, te vienes conmigo al nuevo piso, porque eres auténtica, real y tangible como los cuentos. Eres mi invención y yo soy tu creación. Sin ti no hay Tardes de la iguana, eres mi interlocutor, mi amiga, mi mentira. Gracias Lola por cada gesto desde el terrario, por tus silencios elocuentes, por tu presencia inabarcable. Creo que no sé tener un blog (esto ya es metablogismo, pero stargidiamú). No sé escribir, nunca jamás he sabido. He "hecho que sabía", como tantas otras cosas. Pero la pura verdad es que no tengo ni la más remota idea de escribir bien, Lola.

Por eso... seguiré haciéndolo.