El amor en los tiempos de...


Hay una pareja de ancianos tumbada sobre un colchón. Respiran despacio en una habitación pequeña y oscura, es el piso bajo de una calle céntrica de Bagdad. Se están mirando a los ojos mientras él reza bajito una oración. Ella no cree en Allah, ni en ningún dios, por eso, mientras su marido reza, le dice, también en susurros, cuánto lo ha amado. En cuarenta años de matrimonio, nunca le ha dicho “Te quiero” y no porque no lo sintiera. Ahora, se abraza, con las pocas fuerzas que le quedan, a la ancha espalda de obrero de su hombre. “Lo único que me duele”, le dice tras un largo silencio, “es morir sabiendo que pude luchar y nunca lo hice”.
Como ahora, el matrimonio se ha alejado siempre de cualquier conflicto, grande o pequeño, al margen de todo cuanto sucedía en el mundo, viviendo sólo el uno para el otro. “Si tuviéramos hijos, ellos lucharían” le dice él. Ninguno sabe qué es lo que ha ocurrido en su pequeño mundo; a pesar de intentar ser felices en su burbuja de cristal, el país se ha ido destruyendo poco a poco hasta alcanzarles de pleno a ellos. “No pudiste luchar, mi amor, porque nadie puede”. Saben, el fondo de su alma, que nada ni nadie hubiera podido impedir que todo acabara mal.
Saben, que amarse ha sido la única manera de vivir y que ahora es su única manera de morir; por eso, encerrados en su cuarto de siglos, esperan que la vejez les mate antes que las bombas y que, quizás, en otra vida, tengan la suerte de nacer en el lado vencedor del mundo.

Ella y Él


Ella: No sé.
Él: No sé.
Ella: Te quiero.
Él: Tengo miedo.
Ella: Tengo frío.
Él: Te quiero.
Ella: Te odio.
Él: Estás loca.
Ella: Estás precioso.
Él: Nunca conocí a nadie como tú.
Ella: Nunca me he enamorado.
Él: Mientes.
Ella: Dudas.
Él: Pienso.
Ella: Yo siento.
Él: Yo también.
Ella: Mientes.
Él: Me duele.
Ella: ¿Sentir?
Él: Mentir.
Ella: ¿Mientes?
Él: Dudo.
Ella: Yo también.
Él: No sé.
Ella: No sé.

(a ti)

Dos balas


Cuadro de Agustín Batista


¿Sabes una cosa? Te lo voy a contar, Lola, aunque no te guste oírlo: cada año se fabrican en el mundo dos balas por cada habitante del planeta. Y cada minuto una persona muere víctima de la violencia armada.
Amnistía Internacional me manda un mail para que pida a mi gobierno que apoye la elaboración de un Tratado Internacional sobre Comercio de Armas en la Asamblea General de Naciones Unidas. Yo les contesto, y apoyo lo que sea que haya que apoyar, y espero que así lo haga el país en el que vivo (sin armas). Pero me he quedadado clavada ahí, en la primera frase, en esas dos balas, mis dos balas, una de las cuales habrá de matar a alguien alguna vez.
No quiero sentirme responsable de ellas, pero el hecho es que lo soy, aunque en mi país no se lleven armas por la calle, se fabrican armas, como en cientos de países desarrollados del mundo. Y eso es lo irónico, no se usan aquí, se usan en otra parte. En ese país de muy muy lejano donde nos da igual lo muy muy malo que ocurre, o al menos eso parece.
Son mis dos balas, es así, sea de un modo u otro me corresponden, son mis impuestos, o mis compras, son mis tasas, mis derroches, o mis necesidades, pero son mías. En justicia me pertenecen: quiero esas dos malditas balas, Lola, y hacer lo que me parezca con ellas. Una para dispararla contra las fronteras y que estallen en pedazos todos los muros y la otra para dibujar en el cielo una estela en la que se lea: hijos de puta, devolvednos todo lo que es nuestro.