Al mal tiempo...

Viernes, 9:00 de la mañana. Me asomo a la ventana y está nevando, qué bonito, pero... ¡Mierda, hoy tengo mi examen de conducir! Llamo a mi padre “¿Se puede conducir con nieve?” “Hombre, claro, despacito”.

Así que dejo a Lola tiritando de frío y despacito salgo de mi casa y llego a la autoescuela. El profesor, Juan, y otros dos alumnos, Victoria y Luis, salimos despacito hacia Alcalá de Henares. Despacito no vamos dando cuenta de que Madrid, además de precioso, está atascado, muy atascado. Despacito conduce Juan (nosotros no nos atrevemos) por la nieve y el hielo (explicando de vez en cuando la conducción de riesgo, que parece ser que le encanta) hasta llegar a Avenida de América. En ese momento son las 10:00, hemos tardado desde Ventas hasta aquí... una hora (igual vamos demasiado despacito). Tampoco se puede ir más deprisa, porque según escuchamos en la radio, todas las salidas y entradas a Madrid están paralizadas, así que paciencia, San Cucufato y a ver si llegamos...
Tres o cuatro ataques de risa después nos damos cuenta de que no vamos llegar ni de coña, que nos esperan unas cuantas horas de atasco y que reírnos un poco más es lo mejor que podemos hacer. Con esto se nos pasa el rato y, después de “qué si, qué no, qué yo que sé” nos dicen que no hay examen, que volvamos a Madrid, ¡qué no hay examen! ¿y no se les podía ocurrir antes a los de Tráfico? ¡qué volvamos! (ataque de risa) ¡pero si hemos tardado tres horas sólo hasta Canillejas! (¿unos 4 km?). Bueno, pues volvemos. Nos ha dado tiempo a hablar de la vida, del mus universitario de Luis, del viaje al pueblo de Victoria y su marido, del hijo de Juan que baila funk -o algo así-, a escuchar Rainbow, los 40 principales, cagarnos en la madre que parió a unos cuantos, bailar e incluso fantasear con las bolas de nieve que nos tiraríamos en ese momento... y todavía nos quedaban otras dos o tres horas hasta llegar a casa.
Nos duele la espalda, tenemos hambre, queremos ir al baño, ¡estamos hartos del coche! Parece que podemos coger la salida del Plenilunio (no he estado en mi vida, así que no sé donde cae, pero lejos de Alcalá seguro) y tomarnos un café. Con lo que no contaba era con el ataque de bolas de nieve que iba a sufrir en cuanto saliera del coche, ¡toma bolazo en toda la cara! Juan te vas a enterar, arsenal de bolas, ataque por la izquierda, derecha, ¡zas!, ups, ¡bola por la espalda! Victoria habla con su madre (debe ser la quinta vez que cuenta que no hemos hecho el examen) mientras la bombardean, Luis no se atreve a acercarse, pero pronto hacemos dos bandos y la lucha se vuelve encarnizada... (yo no doy ni una, pero me lo estoy pasando como una niña pequeña).
Reemprendemos el camino de vuelta a 5 por hora, así que yo me bajo de vez en cuando a pasear por la nieve, hacer un pequeño muñeco y mirar con cara de tonta a los niños, a los perros, a las parejas de enamorados y a toda esa gente que no ha llegado a trabajar, o no ha ido, o simplemente ha decidido dejarlo todo y dedicarse a disfrutar de la nieve como si no la hubieran visto en su vida.
El paisaje es precioso, tengo los calcetines mojados y la vida me parece un lugar absolutamente divertido. A las dos y algo llegamos a La Elipa, nos tomamos unas cañas y seguimos contando historias. Despacito subo a casa y decido que lo mejor que te puede pasar es lo que de hecho te pasa, incluso si no es lo que esperabas. ¡Feliz año!