Un cuento

"Si yo no ardo esta noche, quién iluminará el mundo" (algún profesor)
Érase una vez un cuento que no quería ser cuento. Las palabras burbujeaban en los límites del papel, queriendo salir a encontrarse con metáforas y paralelismos; las letras empujaban desde las tapas del libro, aún en blanco, buscando un lugar donde colocarse para tener sentido. Los personajes del cuento, aún por encontrarse, vagaban solitarios entre las neuronas del escritor, sin objetivo ni conflictos, sin transformación ni revolución.
Y el cuento, sin más explicación, no quería existir. Prefería ser una historia probable, prefería ser un podría o un quizás, no quería ser nada para no definirse. A lo mejor ni siquiera sería un cuento, sino una novela, un poema, una canción o una obra de teatro. Pero el tiempo pasaba, y sus hojas de papel se humedecían con la lluvia, se manchaban de café, se arrugaban por las manos que buscaban un principio. Sus tapas se endurecían llenas de letras que no significaban, sus palabras estaban atascadas en un embudo sintáctico y semántico.
Los personajes se habían establecido alrededor de una hoguera en la cabeza del escritor, y allí mientras se calentaban las manos y cocinaban sopa en una lata, esperaban, esperaban, esperaban, esperaban...
Una noche de insomnio, en la que el escritor no podía dormir, un personaje abrió furtivamente un hueco entre el lóbulo parietal y el occipital, saltó de un brinco al papel en blanco y arañó con fuerza para que un par de palabras salieran de entre las páginas. Algunas letras se abrieron paso entonces entre las tapas ya ajadas y compusieron con ritmo desigual los sustantivos "melancolía" y "sombrero". El cuento que no quería ser se vió invadido por un sentimiento extraño, los personajes, las letras, las palabras... le obligaban a ser, a existir pese a su resistencia.
Al escritor, ajeno a todo esto, le sobrevino un repentino sueño y se acomodó entre los cojines del sofá. El personaje recorría las hojas en blanco, junto a la melancolía y el sombrero, que comenzaban a concretarse a sí mismos, siendo algo más que un objeto o un sentimiento; el personaje encontró un nombre, el sombrero se volvió de un color y la melancolía fue de una tierra lejana. El cuento estaba siendo, se dibujaba despacio pero firme sobre la nada, los personajes aparecían, las palabras se hilaban unas con otras construyendo el sentido de una historia, las letras bailaban alrededor del fuego como en una mágica noche de San Juan. Y, como el fuego, el cuento que no quería ser ardió sin poder evitarlo, quemó los sueños del escritor mientras dormía, convirtiéndose en ceniza a la mañana siguiente. Ese amanecer, áquel escritor escribió con su bolígrafo un cuento maravilloso, que ya no podía ser otra cosa que lo que era, que no pudo evitar convertirse en sí mismo, que, empujado por el algún destino, se definió para siempre jamás.