Da igual, no importa, el fuego sordo del alcohol sigue quemando.
De un lado al otro del río sigue girando
la peonza de todos los olvidos;
de un lado al otro del cuento, en la vida 826 (es la que toca)
no hay ni menos ni más
que la misma gota de sudor entre las piernas,
la misma lluvia que el día que concebimos nuestro primer hijo.
No pasan los años, pasan los sueños;
y allí un niño pregunta dónde van las almas:
Puede que la tuya vaya al río,
o quizá al mar, que es donde irá la mía.
Al río, me contestó,
para que al final de los años llegue yo al mar, donde estarás tú,
y luego los dos,
al final de los sueños,
cuando el fuego sordo del alcohol lo lean en los libros,
lleguemos en un poema a este punto y final.