Sin título


Jacques-André Boiffard / 1929


Una historia no tiene por qué tener un principio. Una historia no tiene por qué tener un final.

Hay instantes que se rebelan en el vacío del espacio, que se expanden hacia el infinito como átomos desconocidos. El aire que cabe en un suspiro llena toda la atmósfera de la tierra, la lágrima que recorre una mejilla es inmensa como el Amazonas horadando la orilla, la gota de sudor que resbala de la frente es descomunal como una tormenta de verano.

No se sabe el origen de este fenómeno desconocido, ya que la mayoría de los instantes son instantes sin más, momentos cotidianos, con principio y final, que se suceden unos a otros para componer la vida de alguien. Pero de vez en cuando, en cualquier lugar del planeta, un instante se congela para siempre en la retina del tiempo. Y se queda navegando en el universo, como un fósil, convertido en testigo de aquello que no sucede más que en la dimensión desconocida de las emociones humanas.

Encontrarlos a la deriva entre las estrellas no es fácil. Hay que armarse de paciencia y esperar siglos con la cabeza entornada hacia la constelación adecuada, fijar las pupilas en la incertidumbre y lanzarse sin miedo para aprender algo de ese instante que un día para alguien fue infinito.
La mayoría de las personas no son capaces de encontrarlos, y aún menos de vivirlos. Viven felices, no obstante, puesto que las historias con principio y final, como la Vida, son de lo más reconfortante.

Algunas hipótesis señalan que durante ese tipo de instantes infinitos la tierra gira hacia el otro lado sobre su eje. Los seres humanos no somos conscientes del todo, pero durante el tiempo inconmensurable en el que estos instantes suceden la tierra se detiene, el viento deja de soplar, las personas de respirar, el mar queda como un plato de sopa abandonado hace siglos… y sutilmente todos empezamos a girar hacia el otro lado, convirtiéndonos en seres distintos a los que somos en nuestra vida diaria.
El cambio es tan profundo, que sólo aquellos humanos que generan el instante son conscientes de ello. Sólo entre ese suspiro, o aliento, o mordisco, o herida, o abrazo, o pensamiento, o caída… entre ese hecho y el tiempo relativo, unos pocos sienten que el mundo se ha parado y una sonrisa intensa se escucha en el silencio.

Muchas veces ese instante se escapa entre nuestros dedos como arena del desierto, y cuando queremos entender que lo estamos sintiendo, ya se ha convertido en fósil y navega entre las estrellas, esperando que alguien lo descubra.
En ese caso ahí queda, o quizá, nosotros mismos seamos capaces de saltar hacia el infinito y volver a cogerlo.

Una historia no tiene por qué tener un principio. Una historia no tiene por qué tener un final.