El condensador de Fluzo

Estoy escribiendo un obituario -algo que no había hecho hasta ahora-y resulta bastante extraño. Ademas de grabar, hago otras cosas, que no le gustan tanto a Lola pero que forman parte de mí; es mucho más aburrido para ella verme teclear silenciosa en el ordenador que oírme leer los libros sobre Samarcanda, sobre Alicia, de amantes, ladrones o historiadores medievales.

En realidad escribo dos obituarios, uno sobre Ana Saéz, una actriz secundaria de esas "de toda la vida", y otro sobre Juan Ramón Sánchez, un actor que, tras una larga carrera, abrió una sala alternativa, la
Sala Tribueñe, donde ahora mismo su viuda representa la obra "Por los ojos de Raquel Meller". Escribir sobre la muerte te hace pensar. No pensar sobre la muerte, sino sobre la vida. No creo que nadie sepa quién es Ana, pero la habéis visto mil veces en la televisión; y absolutamente todos habéis escuchado historias de la boca de Juan Ramón y de su mujer, Chelo Vivares.

Él era Chema, el panadero de Barrio Sesámo y Chelo se escondía debajo del traje anaranjado de Espinete. Yo soy una de esas niñas que veía
Barrio Sesámo, y la Bola de Cristal y Cajón Desastre... dile tú a esa niña que escriba sobre la muerte de Chema... Pero la medio-adulta que soy hace un esfuerzo por escribir sobre el actor, admirada doblemente, por el héroe infantil, y por el héroe profesional que abre otra sala de teatro en Madrid para contar sus propias historias. Nada. No sale nada, me levanto cada dos por tres, tomó café, como chocolate y me acuerdo de la canción de los trogloditas, que no sé porque está grabada en algún rincón importante -igual para recordarme que, así que pasen los siglos, seguimos siendo el mismo Homo Sapiens-. En una de estas voy al baño, a hacer pis -algo muy primitivo-.

Cuando me levanto de la taza me mareo lo suficiente para perder el equilibrio y darme un tremendo golpe en la cabeza contra el bidé. No sé si pierdo el sentido, pero lo primero que recuerdo es una sombra borrosa, un dibujo en mi mente que no alcanzo a enfocar... Poco a poco se va configurando, es una especie de Y griega brillante... ya lo tengo, es un
condensador de fluzo. Me levanto animada y corro al ordenador, las palabras salen de mis dedos como si fueran caballos desbocados, trotando sin parar hacia el infinito, donde las ideas se pueden cazar con arco y flecha.
A veces pasa, no sabes qué hacer, qué decir, qué escribir, y de repente... paf, aparece la idea, la solución, el motivo, todo es claro y transparente y luminoso y nada se interpone entre tú y la máquina del tiempo. Entre los años 8o y este inhumano siglo XXI, que cada vez tiene menos sitio para los locos, los inventores, los poetas y los niños, todavía hay unos cuantos héroes por los que seguir cantando.

Espera a que lo publiquen, Lola.