Microrrelato Lobo


Y el lobo aullaba a la luna, y nadie sabía por qué. Hasta que descubrieron que en la luna había otro lobo aullándole a la tierra. 


Desde donde se escribe...






Como una Sioux, mando señales de humo a través de mi ventana. Nadie escucha. O nadie entiende. O no consigo dibujar bien con mi boca. Una estirada -e se abre camino entre tiestos y ropa hasta la aurora. Una -l sensual grita ¡que estoy aquí! más allá de los cables. Por la azotea cruza otra -e despistada y una -n, confusa, baja al patio y rebota con los ladridos de los perros… por fin algo concreto se dibuja sobre la pared blanca: “Elena estuvo aquí”.


Cuando era una niña escribí en una hoja una declaración de intenciones vital, enrollé el papel y lo escondí entre dos ladrillos de la terraza. Probablemente siga allí, en Antonia Ruiz Soro, con los mil secretos aguardando existir. Mientras crecemos nos vamos escribiendo a nosotros mismos contratos, testamentos, mandamientos y hasta mapas…  y los vamos escondiendo en los ladrillos de cada casa, cuerpo o sueño que habitamos. Creemos saber así qué es lo correcto, sin querer reconocer se tambalea el plan que de niños locos, adolescentes tímidos, veinteañeros revolucionarios o tengocasitreintaañosyahoraqué nos establecemos. Dependemos tanto de lo que queríamos ser que si no lo somos parece que nos hemos traicionado. Y sin embargo ahí estamos, dejando tatuadas las paredes a punto de caer, y llenando de graffitis las pieles que no lo pidieron, arrasando al pasar con nuestras dudas y miedos por encima del tiempo.

Por eso escribo hoy, porque ya sé desde donde escribo yo, Elena. Desde la inconstancia, desde lo inconexo, desde lo inconsistente, desde lo inconsciente, desde ese sitio que es lo único que no planificas: tú.