Quiero, luego existo

Puede que antes escribirse más, puede que ahora menos. Puede que el mundo gire a distintas velocidades según la intensidad del aleteo de la mariposa, o puede que la primavera no llegue hasta el mes de Julio…


Lo único que sé es que quiero deletrear la palabra libertad delante del verdugo, destripar el corazón de algún tirano, bailar medio desnuda en el claustro del convento, romper esa bandera con los dientes, estrellar un avión lleno de incoherencias, vomitar sobre el suelo de los que tienen todo y no dan nada, arrancarles a las hojas a las margaritas de la desconfianza, hundir los barcos llenos de tesoros, viajar hasta la luna en bicicleta… no sé, a lo mejor no puedo, pero quiero, qué pasa.

El espíritu del viento nocturno


Lady Lilith, 1863, Dante Gabriel Rossetti

Antes de que sacara de la costilla de Adán a Eva, Yahvéh había formado a Lilith, su primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán: del polvo de la tierra (esto no me lo he inventado yo, Lola, está en el Pentateuco, lo leí mientras María y yo ayudábamos a Teresa a hacer un trabajo de Historia Antigua).

Adán y Lilith nunca hallaron armonía juntos porque (entre otras cosas supongo) Lilith se sentía ofendida por la postura que Adán le exigía para tener relaciones sexuales: “¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual”. Cuando Adán trató de obligarla (ojo a la naturalidad con la que en los textos sagrados los hombres obligan a cosas a las mujeres), Lilith, encolerizada, (ella no era una mujer sumisa como lo sería Eva) pronunció el nombre de Yahvéh, se elevó por los aires y lo abandonó (toma). Luego huyó al Mar Rojo, se convirtió en un demonio y sufrió innumerables tormentos, bla, bla, bla.

En las tablillas de los sumerios, 3000 años antes de Cristo, aparecen referencias a un personaje (antecesora de Lilith) que este pueblo representaba como una joven doncella alada que atraía a los hombres al templo de Ishtar para celebrar ritos sexuales y así regenerarse espiritual y físicamente (los beneficios del sexo de toda la vida, vamos). Y en estas leyendas y mitos antiguos, Lilith no es sólo una diosa del sexo en el sentido más terrenal de la palabra, sino un tipo de mujer opuesto a lo que sería Eva, libre y autónoma.

Sin embargo, la Biblia Cristiana, donde Lilith aparece brevemente, y la Torá Judía, donde tiene algo más de protagonismo, recrean y transforman estos mitos antiguos interpretándolos a su favor, en este caso quedándose con una Lilith demoníaca que simboliza lo que “la buena mujer” no debe hacer: protestar, ser independiente, desobedecer, viajar, estar con muchos hombres…

Y así, desaparece toda la idea moderna que subyace en esta leyenda, desaparece cualquier signo de igualdad que pudiera haber dado un sentido diferente a la creencia religiosa, desaparece la libertad de desobeceder, de protestar, de estar, en cualquier sentido, encima de los hombres… y durante 2000 años todas las hijas de Eva agacharon la cabeza y dijeron “lo que tú quieras, cariño”, amén.

Toparse con la Iglesia, que además de manipuladora y censuradora, retarda el avance natural de las cosas, es desesperante… y lo triste, lo irónico, lo absurdo o lo cómico, es que aún ahora, en este modernísimo siglo XXI, las mismas hijas de Eva se siguen sintiendo putas por estar con quien quieran, se siguen comportando sumisamente ante un jefe o un policía, siguen agachando la cabeza ante esas reglas no escritas, y además tienen que dar explicaciones constantemente por defender sus derechos.

Y todavía hay quien piensa que las cosas han cambiado del todo, que la lucha feminista no tiene sentido, que “eso es algo del pasado”. Efectivamente, es algo tan del pasado que todavía lo estamos recordando.

Por lo que he leído en otros blogs Lilith significaba en sumerio algo parecido a “el espíritu del viento nocturno"; no nos viene nada mal ser un poco espíritu del viento y elevarnos por los aires, como Lilith, para ser demonios, ángeles, putas, diosas o lo que nos de la gana, para amar a un hombre o a cien, o a una mujer o a nosotras mismas, para ser dulces o para ser bestias, para coger la sartén por el mango o la pistola, para hacer la guerra, la paz, el amor o punto de cruz, para reírnos de los adanes que dejamos en tierra exigiendo, pidiendo, imponiendo, dominando, para follar encima, debajo, detrás, a un lado o a distancia, para ser sólo madres o sólo equilibristas, para tener un hijo o ninguno, para elegir tenerlo, para hacer política o teatro, para transformar la historia y reescribir leyendas.