Las cosas de Lola

...cuando volví de vacaciones Lola estaba inmóvil en su rincón. Me acerqué sigilosa y me sorprendió ver una hoja mordisqueada sobre su comedero. Una hoja manuscrita por alguien que no era yo. Metí la mano por detrás del cristal y la saqué, curiosa. Lola me miró de reojo. No sé si lo imaginé, pero creo que sonrió, torciendo el morro. Encontré una historia de verano en el terrario de Lola:





El ambiente está cargado del perfume de los lirios y las adelfas del parque, mezclado con el sudor y el olor a fuego impregnado en las camisas de hombres y mujeres. El pelo de todos esta teñido de rojo y revuelto por los saltos locos y borrachos sobre la hoguera. Las voces resuenan por todo el pueblo, graves y felices, quemando los malos sueños con la poesía ebria de los amantes. El humo filtra todo como el espesor de un sueño o de un amanecer londinense, confundiendo en las mentes noctámbulas la realidad con los deseos.
El instante rojo, libre y desorbitado en que tú cruzas por delante de mí parece eterno. Parece que vayas a estar toda la vida delante de mí, con la camisa abierta, sudando como anticipo del baño de sal sobre una alfombra de hierba cualquiera, despeinado como antesala de mis caricias.
Pero no es que ese instante se congele, es más bien que esa libertad roja en órbita inalcanzable se expande, se abre, se difunde, se invade a sí misma de modo que resulta ser el todo de la existencia.
Cruzas por delante de mí. Y comienza mi noche de San Juan, en ese ambiente infernal lleno de pasiones en potencia...

La primera palabra que sorbo de tu boca se funde en mis oídos como chocolate; no sé si es grave o aguda, si hablaste rápido o despacio, si tartamudeaste, si torciste el labio en la letra ese o si tenías los labios cortados de beber cerveza fría y fumar cigarrillos de liar, pero mi oído es sensible a ti como el mejor de los stradivarius a la novena sinfonía de Mozart. “¿Bailas?”.
El roce de tu mano sobre mi hombro izquierdo, desnudado a la primera vuelta del baile, me provoca una especie de descarga eléctrica: unos cuantos miles de voltios recorren mi cuerpo como la traca de fin de fiestas; desde el hombro, a través de una clavícula candente, estallan fuegos artificiales en círculos alrededor del pecho, serpentean hacía el ombligo, regodeándose en las concavidades de mi pelvis, (esquivando juguetones aquello que tu mano predestina en mi hombro con su gesto sutil) se deslizan abrasando fémures, tarsos, metatarsos, muslos y tendones sonrojados, hasta que se me llena el cuerpo de colores vibrantes, que dibujan estrellas, tormentas, vientos, bosques, caballos... desbocados directamente a mi sexo.

Nadie se deslumbrará con la incandescencia en que me has convertido; la gente desapareció, se disolvió en la tierra mientras tú y yo trepábamos junto a las brasas de la hoguera, deshechas en polvo de madera, ligeras, pero aún ardiendo en su efímera existencia. El viento de la noche de San Juan nos arrastra en caprichosas corrientes de aire.
Las yemas de los dedos son cerillas a punto de encender, los pies se están cociendo, las lágrimas, el sudor, la sangre y las palabras hierven en inminente erupción por mis pupilas, por mis poros, por mi boca. Alcanzamos el cielo y volvemos a caer, justo sobre el fuego, a tiempo para estallar en mil pedazos ante la atónita mirada de los mortales.

Joder Lola.